Inmigración

Separados por el muro, inmigrantes celebran la Navidad

Muchos se congregaron a lo largo de la valla que separa EEUU y México.

Separados por el muro, inmigrantes celebran la Navidad.
GETTY IMAGES

A fin de desacelerar la propagación de COVID-19, Estados Unidos, Canadá y México acordaron en marzo cerrar sus fronteras compartidas a los viajes no esenciales.

Nueve meses después llegó la Navidad. Las familias en todo el mundo están desconectadas, pero tal vez ninguna más que las que se quedaron atrapadas en lados opuestos de una frontera internacional.

Algunos no pueden cruzar legalmente, y otros no pueden darse el lujo de cumplir las cuarentenas si lo hicieran.

Sin embargo, el ambiente navideño sobrevive. A lo largo de ambas fronteras, fotógrafos de The Associated Press hallaron familias conectándose en números menores y de manera más íntima, superando obstáculos inusuales para las celebraciones compartidas.

En la frontera entre Estados Unidos y México, la mayoría de los años se celebran las posadas, una tradición de siglos en el país latinoamericano que recrea con música el momento en que María y José buscaban albergue en Belén.

No este año. Además de las restricciones relacionadas con el coronavirus, las personas enfrentan otra barrera: el muro fronterizo del presidente estadounidense Donald Trump que se extiende cientos de millas y continúa en construcción.

Con el propósito de conocer de cerca las necesidades de los residentes de la frontera la candidata demócrata al Senado por Texas MJ Hegar, recorrió Brownsville junto con activistas y personas de la comunidad para discutir temas como la inmigración, el COVID-19, la economía y sobre las familias que esperan en Matamoros.

En fecha reciente, una niña en Arizona metió su brazo por un hueco entre los postes gigantes de acero del muro fronterizo mientras sostenía una muñeca y miraba al cielo. Un niño de aspecto cansado y serio se acercó al muro para que le dieran un abrazo.

Esto contrasta con las escenas a 2,500 millas de distancia en la frontera entre Estados Unidos y Canadá.

Una corta cinta amarilla de la policía es lo único que divide Derby Line, en Vermont, de Stanstead, Quebec.

Con un féretro como símbolo de las miles de muertes a causa de coronavirus, decenas de personas se manifestaron en esta iglesia de Pharr alegando que el dinero del muro fronterizo debería usarse para atender la crisis. Además, temen que esta iglesia construida en 1874 quede dividida del resto de Estados Unidos.

Hace pocos días, el ambiente afuera de la majestuosa biblioteca de arquitectura victoriana donde gente de ambos países viene a encontrarse era festivo y alegre.

Una familia colocó sillas sobre la nieve, todos sus integrantes envueltos en abrigos invernales a ambos lados de la zona limítrofe. Intercambiaron alegremente tarjetas de Navidad a través de la cinta policial, conversando amigablemente como si no existiera barrera alguna.

Un policía fronterizo canadiense llegó, pero sólo para pedirle a alguien que moviera su vehículo.

Una familia del condado Starr no se ha dado por vencida en su batalla legal para que el gobierno no se adueñe de su patrimonio y construya un muro en su propiedad.

Los motivos para reunirse de esta manera varían: la doctora Tamsin Durand, de un hospital en Vermont, visitó a sus padres canadienses que estaban al otro lado de la cinta amarilla.

Durand no estuvo dispuesta a cruzar a Canadá, porque eso la obligaría a guardar cuarentena durante dos semanas. Así que ella, su esposo y su hijo de 3 años sólo llegaron hasta la zona limítrofe.

A 4,506 millas al oeste, en el Parque Estatal Histórico Arco de la Paz en Blaine, Washington, un grupo de canadienses caminaron desde una calle paralela a la frontera a través de un foso empapado por la lluvia que separa ambos países, muchos de ellos con tiendas de campaña, bolsas de dormir, alimentos y otras pertenencias para una visita a los estadounidenses.

Está por culminar la construcción de 400 millas de muro fronterizo a lo largo del Valle del Río Grande.

Para ingresar a Estados Unidos se desplazaron colina abajo, un recorrido breve pero resbaloso. A su regreso, agentes de la Real Policía Montada canadiense verificaron sus documentos.

Las parejas disfrutaban su romance en el parque; los niños jugaban. Faith Dancey de White Rock, Columbia Británica, sonreía ampliamente con su vestido de novia agitado por el viento mientras caminaba por el césped recién cortado junto a su nuevo esposo.

Drew MacPherson de Bellingham, Washington, la cargó juguetonamente antes de que ella regresara a Canadá. Él permaneció en Estados Unidos.

Las cosas no son tan sencillas en la frontera con México. En Calexico, California, una celebración transfronteriza sólo pudo efectuarse en territorio de Estados Unidos porque un sitio en construcción le obstruía el acceso a los participantes en Mexicali, México, una ciudad industrial de un millón de habitantes.

Aproximadamente una docena de personas con mascarillas aguardaron en Calexico para celebrar con los mexicanos el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, la santa patrona de México.

Los estadounidenses se reunieron al otro lado, a demasiada distancia como para ver o conversar con sus seres queridos, y exigieron que haya fronteras abiertas.

Dejaron atrás flores y velas. Tocaron el muro y se retiraron.

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