ROMA - Angelo Arrigoni recuerda la emoción de aquel día que de pequeño se le envió a hacer un recado: llevar el pan al papa Juan XXIII y se lo entregó en mano en el palacio pontificio, ahora igualmente emocionado cuenta a EFE que se ve obligado a cerrar el horno que abrió su padre hace 90 años y que todos en el barrio de Borgo Pio conocen como la "panadería de los papas", pues han llevado desde entonces sus productos a todos los pontífices.
El martes, Angelo Arrigoni, de 79 años, una institución en el barrio de Borgo Pio, junto al Vaticano, apagó el horno y por primera vez el papa, en este caso Francisco, se quedará sin su pan.
"La panadería de los papas", bajó definitivamente la persiana y desapareció un pedazo de historia de Roma y el barrio del Vaticano, que un tiempo estaba repleto de negocios de artesanos, seguirá muriendo lentamente consumido por el turismo.
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Arrigoni ha buscado ayuda en el ayuntamiento de Roma para poder mantener un negocio que, "debido a que ya casi nadie vive en el barrio y hay solo hoteles y bed and breakfast, después del COVID-19 y del aumento de la energía, con un horno artesanal que consume mucho, sólo tiene pérdidas", pero no ha obtenido respuesta y nadie ha querido mantener la panadería, a pesar de ser histórica.
El padre de Angelo Arrigoni era panadero en Milán, pero se había enamorado de una chica que se había mudado a Roma y quiso seguirla hasta la capital, donde una tía muy religiosa le prestó el dinero para abrir su propia panadería pero con la condición de que comprara un horno y una casa cerca de San Pedro, donde ella pasaría su últimos años.
En 1930, cuando abrió por fin el horno, se ofreció el pan al Vaticano y fue un éxito, a pesar de que dentro de los muros vaticanos había un horno que cerró años después.
Desde entonces en Borgo Pio 126, en este pequeño local con su simple rótulo "panificio", parece haberse detenido en el tiempo.
Eran tiempos en los que cuentan que Pío XI (1922-1939) temía ser envenenado y por eso la entrega del pan seguía un procedimiento muy riguroso: el abuelo de Arrigoni, que mientras tanto se había reunido con su hijo en Roma, metía el pan en un gran arcón que llegaba del Vaticano y del que sólo él tenía la llave y la otra llave se encontraba sólo en los apartamentos papales para que se abriese delante del pontífice.
Pio XI comía el pan vienés, un tipo de "rosetta", típico pan romano de forma redonda y sin miga, pero más refinado, mientras que Pío XII eligió los panecillos de aceite, "rosettine" para Juan XXIII (1958-1963) y Pablo VI (1963-1978).
Cuando llegó Juan Pablo II (1978-2005), el papa polaco, el primer papa extranjero, se le preguntó como a los anteriores qué tipo de pan prefería: "Nos hizo saber que quería el pan que comían sus trabajadores pero los trabajadores comían tanto la “ciriola” como la 'rosetta, así que decidimos mandarle todos los días cinco 'rosettas' y cinco “ciriolas” durante los 27 años que duró su pontificado".
Con el papa Benedetto XVI fue diferente pues "era del barrio". "Yo no sabía ni que era cardenal, pensaba que era un simple monseñor que venía todos los días a por su pan oscuro y sin levadura. Cuando se convirtió en papa, llamé al apartamento de todos modos para saber qué quería. La monja me dijo que, lamentablemente, el Santo Padre ya tenía su propio panadero. Pero hermana, le dije, ¡Qué Soy yo!", explica rebuscando en las infinitas historias de estos años.
En cuanto al papa Francisco, Arrigoni explica que incluso estaba dispuesto a hacerle un tipo de pan argentino. "Pero nos hizo saber que todo estaba bien, que le enviáramos lo que le quedaba, que no quería pan especialmente hecho para él".
"La decisión está tomada", dice después de toda una vida de trabajo. ¿Y el papa?: "Alguien encontrará para que le lleve el pan. El pan siempre se encuentra", comenta con tono de resignación.