PUERTO PRÍNCIPE, Haití — El sol caía sobre Stanley Joliva mientras el personal médico de una clínica al aire libre de Haití se arremolinaba a su alrededor, bombeando aire a sus pulmones y dándole compresiones en el pecho hasta que falleció.
Cerca, su madre observaba la escena.
“Solo dios conoce mi dolor”, dijo Viliene Enfant.
DECENAS DE HAITIANOS HAN FALLECIDO POR EL CÓLERA
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Menos de una hora después, el cuerpo de su hijo, de 22 años, yacía en el piso envuelto en una bolsa de plástico blanca con la fecha de su muerte garabateada encima.
Se sumó a las docenas de haitianos que han fallecido por el cólera en medio de un brote que se propaga rápidamente y que está poniendo a prueba los recursos de las organizaciones no gubernamentales y de los hospitales en un país donde el combustible, el agua y otros suministros básicos son cada vez más escasos.
El sudor se acumulaba en las frentes de los trabajadores de un centro de tratamiento de Médicos Sin Fronteras (MSF) en la capital, Puerto Príncipe, que cada día recibe a unos 100 nuevos pacientes y donde han muerto al menos 20 personas.
Las familias seguían llegando esta semana con sus seres queridos, en ocasiones arrastrando sus cuerpos inertes hasta la atestada clínica donde el olor a basura llenaba el aire.
Docenas de pacientes estaban sentados en cubos blancos o tumbados en camillas mientras las vías intravenosas los conectaban a las bolsas de fluidos para rehidratarse que brillaban bajo el sol. En lo que va de mes, MSF ha tratado a unos 1,800 pacientes en sus cuatro centros en Puerto Príncipe.
En todo el país, muchos pacientes fallecen porque dicen que no pueden llegar a un hospital a tiempo, según las autoridades sanitarias.
El repunte de la violencia de las pandillas hace que la gente no pueda salir con seguridad de sus comunidades, y la falta de combustible suspendió el transporte público y cerró gasolineras y otros negocios clave, como las empresas de suministro de agua.
Enfant se sentó junto al cuerpo de su hijo mientras recordaba cómo Joliva le contó que se sentía mal a principios de semana. Le había advertido tanto a él como a sus otros dos hijos que no se bañasen ni lavasen la ropa en las aguas contaminadas por los deshechos residuales de un arroyo cercano a su vecindario, la única fuente de agua para cientos de personas en esa zona.
Les insistió para que compraran agua para lavar la ropa y le añadieran cloro si iban a tomarla. A medida que Joliva empeoraba, Enfant intentaba cuidarlo por su cuenta.
“Le dije ‘Cariño, tienes que beber el té’”, recordó. “Él me volvió a decir ‘Me siento débil’ y también dijo ‘No soy capaz de ponerme en pie’”.
El cólera es una bacteria que enferma a quienes ingieren agua o alimentos contaminados y puede causar vómitos y diarrea severos, y en algunos casos, la muerte.
El primer gran contacto de Haití con el cólera ocurrió hace más de una década, cuando los cascos azules de Naciones Unidas llevaron la bacteria al mayor río del país a través de las aguas residuales de su base. Cerca de 10,000 personas fallecieron y miles más enfermaron.
Con el paso del tiempo, los casos se redujeron hasta el punto de que se esperaba que la Organización Mundial de la Salud declarase al país libre de la enfermedad este año.
Pero el 2 de octubre, las autoridades haitianas anunciaron que el cólera había regresado.
Se han reportado al menos 40 decesos y 1,700 supuestos casos, pero las autoridades creen que la cifra es mucho mayor, especialmente en los atestados e insalubres barrios marginales y en los albergues gubernamentales donde viven miles de haitianos.
Para agravar la situación, la falta de fuel y agua comenzó a notarse el mes pasado cuando una de las bandas más poderosas del país rodeó una planta de combustible clave y exigió la renuncia del primer ministro, Ariel Henry. Las gasolineras y negocios como las compañías de agua han cerrado, obligando a un número cada vez mayor de gente a recurrir al agua no tratada.
Shela Jeune, una vendedora de “hot dogs” de 21 años cuyo hijo de dos años tiene cólera, apuntó que compra bolsas pequeñas de agua para su familia, pero no sabe si está tratada o no. Llevó al niño al hospital, donde sigue recibiendo fluidos por vía intravenosa.
“Todo lo que le doy de comer, lo vomita”, señaló.
Jeune era una de las docenas de madres que buscaban tratamiento para sus hijos una mañana reciente.
La historia de Lauriol Chantal, de 43 años, era similar. Su hijo de 15 años vomitaba nada más terminar de comer, lo que hizo que lo llevase a un centro de atención.
Mientras estaba allí, el joven, Alexandro François, le indicó que tenía calor.
“Me dijo (...) ’Mamá, ¿podrías llevarme fuera para lavarme o echarme agua en la cabeza?’”, dijo.
Ella accedió, pero de pronto se le desplomó en sus brazos. El personal corrió a ayudarla.
La mitad de los casos de cólera que se registran en Haití se dan entre menores de 14 años, según UNICEF, y las autoridades advirtieron de que los crecientes casos de desnutrición grave hacen que los niños sean más vulnerables a la enfermedad.
La pobreza ha contribuido al deterioro de la situación.
“Cuando no se puede obtener agua potable por el grifo de tu propia casa, cuando no se tiene jabón ni pastillas para purificar el agua y no se tiene acceso a los servicios sanitarios, es posible que no se sobreviva al cólera ni a otras enfermedades transmitidas por el agua”, manifestó Bruno Maes, representante de UNICEF en Haití.
Perpety Juste, una abuela de 62 años, señaló que uno de sus tres nietos enfermó esta semana mientras le preocupaba que su situación pudiese haber provocado el contagio.
“Pasamos muchos días sin comer, no puedo mentir”, dijo “Nadie en mi casa tiene trabajo”.
Juste, que vive con su esposo, sus cinco hijos y tres nietos, trabajaba como limpiadora en casas hasta que los propietarios se fueron del país.
La creciente demanda de ayuda está agotando los recuerdos de MSF y de quienes tratan de atender a los pacientes con una cantidad limitada de combustible.
“Es una pesadilla para la población y también para nosotros”, aseguró Jean-Marc Biquet, coordinador de proyectos de la ONG. “Tenemos combustible para dos semanas más”.
La vida se ha paralizado para muchos haitianos como Enfant, que lloran la muerte de su hijo. Quiere enterrarlo en su ciudad natal, Les Cayes, en el sur del país, pero no puede permitirse los $430 dólares que le costaría el traslado.
Enfant se quedó callada y miró a lo lejos mientras seguía sentada junto al cuerpo de su hijo, demasiado conmocionada para levantarse, dijo.